domingo, 3 de abril de 2016

ATENTADO A BRUSELAS

Un atentado terrorista siempre siembra un dolor infinito, mucho miedo y el desconcierto propio de las pesadillas. La violencia ciega, la muerte caprichosa, el azar que salva o condena a una persona por motivos tan nimios como comprobar que se le han desatado los cordones de los zapatos un instante antes de doblar una esquina, o regresar a casa a recoger algo olvidado y perder el metro que pensaba coger, nos enfrenta con la fragilidad de nuestra vida.

         Pero al otro lado del susto, de la amargura y las lágrimas, está la necesidad de reaccionar, de recobrar la vida cotidiana, de analizar lo que sucede para intentar comprenderlo. Ese proceso arroja conclusiones.

         Los responsables de la seguridad de los países de la Unión Europea han hecho autocrítica para reconocer su responsabilidad por no haber aplicado los protocolos acordados para combatir el terrorismo después de la anterior tragedia de París.

         Debemos preguntarnos si su diligencia podría habernos protegido de un cinturón de explosivos alrededor de la cintura de un fanático suicida, dispuesto a morir matando.

         Es otra crítica la que debemos hacer, la del continente rico que no ha sabido reaccionar ante el sufrimiento de los pobres, la falta de interés en la integración de los inmigrantes, la ceguera del Estado de Bienestar ante el florecimiento de los guetos en el extrarradio de sus grandes ciudades.

         Ningún protocolo nos salvará de nuestros propios errores.

         Ahora más que nunca, o como siempre que actúan estos descerebrados fundamentalistas de religiones mal interpretadas, toca colaborar y buscar la unidad de todas las naciones para encontrar soluciones que paren esta barbarie.

         Nos equivocamos si creemos que la solución es que los países afectados directamente por los atentados actúen individualmente con medidas de urgencia. Los atentados de Bruselas, al igual que los anteriores, nos dañan en lo más profundo, pero no sólo a los países occidentales, sino también a los países y religiones en cuyo nombre dicen matar los terroristas suicidas y asesinos, ya que estos son una minoría.

         Tras la indignación y la rabia, debemos mostrar fortaleza y unidad, y buscar soluciones justas que puedan convencer, y no sembrar más odio, que es lo que quieren y esperan los asesinos. A estos no hay que imitarlos, sino detenerlos y juzgarlos.


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